Los demonios del poema




Madrugada, ceremonias, símbolos, olores... Tinta roja sobre iconos de yeso, oraciones talladas sobre brazos y piernas. Toman corporeidad mis palabras y son una proyección de mí, una otredad, un yo paralelo que no puedo controlar pero realiza todos mis movimientos. Nace de un pedazo de mi corazón, se alimenta de mi sangre, se impulsa con mis deseos, despertando del solsticio profundo de los sueños gracias al mantra de las palabras, signos propicios, energía propulsora, como un relámpago que cruza la noche y cae sobre el cuerpo inerte que el alquimista ha forjado con amalgamas de forense.

Soy el demonio del poema, camino como un niño fino, rubio, amanerado, sonriendo con cada movimiento, seduciendo a mujeres y hombres. Mis labios hermosos dicen palabras risueñas, hacen reír a todos con ingenio, los envuelvo bajo una suave camaradería, a nadie engalano, a nadie cortejo, pero son muchos los que me desean en su cama y otros tantos los que no se animan a confesarlo. Mi virtud consiste en nunca ser yo, en nunca ser poesía, en nunca ser autor. Mi creador no sabe de mi existencia, escapo de él como el hedor de sus músculos sudados, crezco como las barbas, como el cabello, como el mareo luego del vino, nada puede frenarme, cortarme, impedir que prosiga mi inventario de pasiones nocturnas, de niñas que caen confundidas, de hombres que pierden su cordura, de madres que se transforman en concubinas por unas horas, por unos días. Soy el demonio del poema, nada digo que el otro no quiera escuchar, nada hago que el otro ya no haya deseado. Completo con mi carne lo que la noche pergeña en fantasías.

Soy el sueño del demonio, su inevitable alter ego, su incontrolable resolución. Porque no hay desequilibrio que dure por siempre, porque el gobierno del caos no puede prevalecer: el universo no lo permitiría. Entre vísceras y venas palpitantes emerge mi alma, rodeada de vicios y obscenidades, ahí se gesta mi luz y crece, como una orquídea en el pantano. Me alimento de toda la impureza a mi alrededor y la voy sublimando, trago la basura de la ciudad, me como sus personajes sombríos y enfermos, cultivo toda esa demencia urbana y de ahí extraigo mis flores, mis racimos de cristales. Necesito miles de vidas miserables, miles de llantos y angustias para forjar una sola hoja, una sola lámina de poesía. Cuanto peor hayan sido sus vidas mas hermoso es mi poema. Cuanto más caos hay en las entrañas de las metrópolis, mas fino es el espíritu en las altas esferas. Soy el sueño del demonio, soy el joven que se enamora en el medio de la orgía, soy la prostituta que se casa por amor, soy el rico que dona sus riquezas y se pierde en la selva. Soy la redención de los malditos: arrodíllense ante mí, adórenme para salvar su alma de las moscas, besen mis pies limpios, soy lo único puro que hay en el barro de sus vidas.

Y aquí estoy yo, impávido observador, nada me perturba, nada me conmueve, todo lo he visto: lo que paso y lo que pasará, lo que se sueña o se piensa, lo que se intuye y se olvida. Todo vive, de alguna forma, en un rincón de mí. Conozco al ruin, conozco la virtud, conozco la ingenuidad, la corrupción, al asesino, al vengador, al artista y su fe, la esperanza y la perdición. Pero tras siglos y siglos de crímenes y pasiones ya nada me quita el aliento, nada me saca este tedio que da la perfección. Los milenios pasan en mí como un caracol inmortal, que se mueve lento, muy lento, pero nunca se cansa y nunca se detiene. 
Piensan que su dolor me afecta? Creen que su arte me emociona? Acaso sueñan, ilusos, que sus rezos me importan? Los escucho siempre, a cada momento, los escucho como si fuese el ruido del mar o el tránsito de una ciudad lejana. No importan las palabras, he olvidado todos los idiomas que de mi se crearon, yo no miro los cuerpos o las formas, no le presto atención a los perdones -ya lo dije antes- yo no escucho a los hombres, no los juzgo, no intervengo en el eterno retorno de la carne, soy solo el omnisciente, la ley está sobre mí, gobernándome, yo solo le doy a cada acto su efecto, a cada signo su objeto, a cada luz su destino. 
Estoy en todas las cosas, soy la esencia de la vida y la muerte, pero no vivo ni moriré. Yo soy el verbo, el motor que mantiene en funcionamiento la máquina. 
Soy el escribiente y el que esta leyendo, soy el principio y el fin, de mí naciste y a mí volverás, finalmente, cuando todo esto acabe.






Rodrigo Conde


Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Anónimo20/9/15

    Muy bueno!! Deberias publicar ya!

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