Messi y la épica gauchesca




Voy a escribir sobre Messi. Creo que tengo derecho a hacerlo, no por ser periodista, no por ser escritor, ni siquiera por ser poeta. Tengo derecho a escribir sobre Messi simplemente por ser un argentino fanático del fútbol. Tiene derecho a hacerlo cualquier argentino que haya vivido cada partido con el corazón eufórico, con un nudo en el estómago, enloquecido, como si lo que estuviera ocurriendo en la pantalla le estuviera ocurriendo a su propio cuerpo, como si cada cruce, golpe, salto, patada, empujón o caída que sufriera alguno de los 11 jugadores argentinos le estuviera ocurriendo a él mismo. Tengo derecho a escribir sobre Messi porque durante meses, mucho antes del Mundial, he estado hablando y pensando en él como si fuera una mujer que amo. He hablado más sobre él que sobre mi propio padre en toda mi vida, sé más de él que sobre mi padre y estoy seguro que lo he visto más veces. He soñado con él tantas veces y se ha cruzado por mi mente tantas veces que no sería absurdo decir que estoy enamorado de él. 
Cuántas veces, Leo, soñé con vos, gritando, y me desperté con la garganta seca y lo ojos llorosos? Formás parte de mi cotidianidad, sos parte de mi vida, consciente y onírica. Como millones de argentinos deposité en vos mi ilusión, mi esperanza de alegría. No porque nuestras propias vidas no fueran capaces de darnos alegría, sino porque necesitábamos de esa alegría colectiva, plural, superior, que implica ser campeones, campeones del mundo, nada más y nada menos. Qué extraño es el fútbol!, que nos hace sentir como personales las derrotas y victorias de un grupo de jugadores que sólo hacen eso: jugar al fútbol. Pero esa es la magia de este deporte-arte que transforma un pasatiempo trivial en algo épico. Supongo que somos nosotros -los fanáticos- los que necesitamos que sea épico, porque deseamos la narrativa mítica que glorifique nuestras vidas alienadas, anónimas, perdidas en los aglomerados de las clases medias y las clases bajas. Recorremos los enjambres rutinarios de las grandes ciudades o los pueblos desconocidos, luchando día a día por nuestras vidas sencillas, no menos importantes que la de cualquier otro, pero ordinarias. Luchamos con nuestros talentos y habilidades por conseguir algo de todo lo que soñamos, andando a puro sudor y esfuerzo los escalones de un mundo feroz, hipercompetitivo, crudo, peleando con nuestras pequeñas virtudes para ganarles a otros con pequeñas virtudes como las nuestras, un poco más o menos grandes. 
Pero, de pronto, te vemos a vos, un pibe tímido, pálido, flaco, con un cuerpo de adolescente, aunque capaz de hacer las jugadas más vertiginosas y de meterle goles a los mejores arqueros del mundo, dejando en ridículo los defensores más duros, haciendo añicos los planteos tácticos más rigurosos. Cómo no inspirarnos?, cómo no soñar con la más grande de las glorias viéndote a vos?, viendo que sos capaz de romper todos los records, que no te cansás de hacer goles, desde cualquier posición, ante cualquier rival, en las instancias más decisivas, con jugadas en equipo o a puro arresto individual… Estamos viendo a alguien con un talento extraordinario, con un don superior al de los demás, destinado a grandes cosas. Cosas para las que nosotros, hombres ordinarios, no estamos destinados. Cómo no soñar con vos?, como no pensar que sos vos el elegido para hacer que Argentina vuelve a ser campeón del mundo, después de tantos y tantos años?
Todo suena tan grandilocuente. Seguramente lo es, pero no me importa. Los argentinos somos melodramáticos, yo no estoy escribiendo por mí, son mis genes los que se expresan, con el exagerado fervor que mi argentinidad manda. Somos una nación de caudillos, una cultura individualista marcada por concepciones mesiánicas que se manifiestan en la política, la cultura, la música, la literatura y, obviamente, en el fútbol. 
Creemos en el juego de equipo, claro, en la garra colectiva, pero sabemos que el equipo sólo está para hacer que el que es brillante pueda brillar, para cuidarle las espaldas, para darle la oportunidad de hacer su magia. Pasó en el 78 con Kempes, pasó en el 86 con Maradona, quizá la más perfecta expresión del mesianismo rioplatense, la gesta épica por antonomasia, que marcó tan a fuego nuestro gen que ya no concebimos ganar si no es de esa forma. Quizá se pueda ganar con un trabajo en equipo, ordenado, disciplinado, táctico, pero nosotros no queremos eso, queremos la revalidación del relato épico gauchesco, la vuelta del mesías. Seré sincero: yo también lo quiero, por algo soy argentino. Además, hemos visto como la épica mesíanica se ha presentado en otros campeones del mundo, repitiéndose a lo largo de la historia: Con Pelé en el Brasil del 70, con Rossi en Italia 82, con Matthäus de Alemania 90, con Zidane de Francia 98, con Ronaldo de Brasil 2002 e incluso con Iniesta de España 2010. La historia parece justificar nuestras creencias.
Todos los argentinos esperábamos que vos brillaras, Leo, todos esperábamos de vos algo extraordinario. No se trata de echarte la culpa, porque seguramente fuiste el mejor delantero de la Selección, en todo caso más culpa tiene Palacio o Higuaín, que erraron chances increíbles, imperdonables para delanteros de su calidad, también Agüero, que sin estar bien físicamente podría haber hecho mucho -mucho- más, o Lavezzi, que mostró voluntad junto a mayores limitaciones técnicas. Pero ellos sólo son buenos jugadores, no son como vos, ello sólo son mortales. El único extraordinario sos vos y el elegido sos (o eras) vos. 
Pensaste que con sólo una jugada mágica de las tuyas, una de esas que has hecho infinidad de veces, podrías haber cambiado la historia y convertirte en un inmortal?, pero inmortal de verdad, sabés? Sólo escuchá esto: Argentina campeón del mundo venciendo a Alemania en Brasil, Argentina campeón del mundo venciendo a Alemania en Brasil, Argentina campeón del mundo venciendo a Alemania en Brasil… Nadie se iba a olvidar de eso ni en 300 años, tu nombre hubiera sido sinónimo de alegría argentina por el resto de la historia! Es hermoso sólo leerlo, imagináte lo que hubiera sido hacer realidad ese sueño! La épica gauchesca en su máxima expresión. Pero otra vez perdimos la oportunidad de volver a ser grandes, de alcanzar la gloria y dejamos pasar una chance inmejorable que nos dio el destino. 
Sé que estoy siendo totalmente exagerado, sé que estoy subiéndome al caballo desbocado del orgullo argentino y sus ansias triunfalistas, sé que estoy mezclando la grandeza de un país con el éxito deportivo. Soy consciente de eso y aunque sé distinguir lo superficial de lo serio, ahora no puedo, ahora no quiero, ahora mi argentinidad pasa exclusivamente por esta locura que es el fútbol. Así que hay que tomarme justamente por lo que soy: un argentino herido. Pero herido en sus sueños, en sus ilusiones, que puede que sea por un simple juego, pero no deja de ser un sueño, ese que venimos soñando millones de personas desde hace 28 años. Y es mentira que 20 años no es nada, es muchísimo tiempo!
Sabés que es lo mejor, Leo?, que dentro de 4 años yo voy a volver a creer en vos, seguramente seremos muchos menos los que creeremos, pero para mí seguirás siendo el elegido, el único capaz de realizar la épica mesiánica. No me van a importar las críticas de todos los demás y que ya vas a tener más de 30 años, me voy a poner a pensar en la historia y diré que Ronaldo se la pasó vomitando de miedo antes de la final del 98 con Francia, pero que después fue campeón con Brasil en 2002, con él como goleador. Además sé que todo en el Universo tiene un propósito: sé que vos tenés semejante talento para darle alegría a la gente, en definitiva para eso es el fútbol, no? Sé que vos existís para que la gente tenga ilusión y crea en la magia, en la belleza de lo extraordinario. Y no es casualidad que hayas nacido en Argentina, vos naciste acá para darle alegría al país y sé que tarde o temprano cumplirás tu destino.



Rodrigo Conde


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